Por Lic. Enrique Jaureguis
La situación de pandemia, opacó una emergencia sanitaria surgida en el norte de la provincia de Salta, lugar donde en un pequeño período de tiempo, se produjeron varias bajas en la población infantil originaria.

Los pueblos originarios, en la retórica constituyen un tema muy sensible, no así en la práctica, tanto del ciudadano común, como de aquellos que tienen la responsabilidad de generar políticas públicas para el desarrollo productivo de estas etnias.
La protección a estos pueblos, recién empezó a ser reconocida en la Constitución Nacional, a partir de la reforma de 1994, como también en la Constitución Provincial. Para el caso de Salta, se llegó a crear un Ministerio de asuntos indígenas durante el gobierno del Dr. Urtubey, medidas que no fueron suficientes para revertir décadas de postergación aborigen.
Un sinfín de opiniones diversas generaron las nefastas noticias, que se extrapolaron entre considerar el tema como una cuestión de idiosincrasia aborígen, `mientras que para otros era parte de un “Genocidio”. A mi modo de ver forma parte de un problema cultural.
Sabemos que fueron los “Primitivos dueños de la tierra”, pero cuando se organizo la Nación argentina, ellos no formaron parte del proyecto, eran considerados un estorbo para el desarrollo del país. Basta recordar palabras de Domingo F. Sarmiento, uno de los máximos exponentes de la Historia Argentina, que se refería a los indígenas de la siguiente manera: “… Es preciso que seamos justos con los españoles, al exterminar a un pueblo salvaje”…, “Las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes, esto es providencial y útil, sublime y grande”. “Quisiéramos apartar de toda cuestión americana a los salvajes por quienes sentimos repugnancia, no son más que unos indios asquerosos”. (Domingo. F. Sarmiento, obras completas)
Por su parte Bartolomé Mitre, expresaba: “Es necesario que la civilización conquiste su territorio. Las misiones son ineficaces, jamás del corazón del indio se ha ablandado con el agua del bautismo. Sólo la espada tiene más fuerza para ellos y esta se ha de emplear para exterminarlos o arrinconarlos en el desierto”. (Bartolome Mitre. Guerra de fronteras)
Estas ideas, entre otras, de hombres destacados e ilustrados de tan gran talla como los mencionados, generaron actitudes y sentimientos muy marcados en los grupos sociales Aborígenes, que sobrevivieron hasta nuestros días, como también en los criollos.
El aborigen entendió que la “Civilización”, no era para ellos, que por más que quisieran, no les estaba permitido. Internalizaron que su lugar era marginal, que si sobrevivían al exterminio tenían que someterse al blanco, al criollo, o vivir en la periferia, en chozas, y comer de la naturaleza. Cualquiera que viniera de afuera era mejor que ellos. Fue tal el sometimiento que al día de hoy, hablan con la frente gacha; y se acostumbraron a vivir en la marginalidad, de lo que le sobra a la civilización, de la caridad de los religiosos, y de la dadiva de los políticos, en menor medida de la caza y de la pesca o de sus artesanías. No tuvieron la posibilidad de adquirir otras habilidades para su desarrollo.
Escondidos en el monte, o agrupados en la periferia de los pueblos, miran de soslayo el desarrollo productivo de la “Civilización”. Algunos, muy pocos, se atrevieron a cruzar el cerco simbólico que los confina, y ocupar puestos de servidores públicos como enfermeros, policías o docentes. Lejos están aún de ocupar cargos dirigenciales.
Por su parte, los criollos o inmigrantes, también aprovecharon el posicionamiento Sarmientino, de mirar al aborigen como ciudadanos de segunda.
En un contexto de cultura dominante, y subordinada, en un escenario subdesarrollado, la igualdad de oportunidades está lejos de ser alcanzada por los originarios. Si miles de criollos están bajo la línea de pobreza, más aún los pueblos indígenas.
La higiene y la alimentación correcta para el crecimiento sano de los niños wichis, no está garantizada. El poder adquisitivo no les permite construir viviendas dignas, con servicios sanitarios mínimos. Viven en tierras poco fértiles, en chozas o ranchos, toman agua del rio, defecan a campo abierto o letrinas y temen ir a los hospitales, por no mostrar su indigencia.
En un país tan desigual como el nuestro, los originarios siempre serán los más desposeídos del reino. Se necesita formar líderes originarios, para que desde su cultura, trabajen por el bienestar de su pueblo.
Licenciado en Cs de la Educación | Enrique Jaureguis