Malvinas quedó atrás, pero su dolor sigue vivo: nadie escucha a los héroes caídos

Desde hace cuatro meses, exsoldados salteños sostienen un acampe frente a la Casa de Gobierno en la ciudad de Salta. Silenciados durante décadas, hoy luchan por ser reconocidos. Detrás de cada uno, hay una historia que estremece, marcada por la soledad, el abandono institucional y el peso de una guerra que les arrebató la juventud.

Sociedad10/04/2025Xiomara DíazXiomara Díaz
Soldados  Continentales

A sólo una calle de la Casa de Gobierno, pero a kilómetros del reconocimiento. Así se resume el presente de un grupo de veteranos continentales que participaron del conflicto del Atlántico Sur en 1982. Desde hace cuatro meses, bajo toldos y banderas, sostienen un acampe en Grand Bourg, al costado del tránsito apurado que apenas alcanza a verlos. Les tocan bocina, algún grito emocionado les lanza un “¡Viva la Patria!”, y nada más. Del otro lado, la respuesta oficial no llega.

Entre ellos se encuentran veteranos de distintos puntos de la provincia: Felipe Molina, Pedro Ramos, Isaac Ibarra, Roque Bildoza, Armando Rodríguez, Lázaro Medina, Omar Vázquez y Héctor Quiroga, quien cumplió funciones como asistente de enfermería. Fueron soldados continentales durante el conflicto bélico, destinados en zonas estratégicas del territorio nacional, cumpliendo funciones vitales. No pisaron las islas, pero sí vivieron la guerra. La padecieron. Y al volver, la indiferencia fue más dura que cualquier invierno patagónico.

No volvieron con medallas ni actos. Volvieron en silencio. Cargando con el peso de lo que vieron, de lo que no pudieron decir. Muchos fueron obligados a callar. Tuvieron que madurar de golpe, con apenas 18 o 19 años, soportando tratos inhumanos, violencia física, presión psicológica y un miedo que les quedó tatuado en la memoria. Sin contención, sin acompañamiento. Ningún Estado los esperaba.

La salud mental de estos veteranos es, hasta hoy, un tema ausente. Algunos están enfermos, sin cobertura médica. Perdieron sus trabajos, sus hogares, sus proyectos. Uno de ellos lo dijo con crudeza en el acampe: “Perdí todo”. Lo dijo sin lágrimas, como quien ya se vació por dentro. Nadie les tendió una mano. Ni en 1982, ni en los 43 años que siguieron.

El pasado viernes, Susana Aguilar visitó a los veteranos metanenses en su carpa. Llegó acompañada por su hermana; la profesora e historiadora metanense Norma Aguilar. Llevaban algo más que un gesto; unos chocolates. No eran cualquier chocolate. Eran los mismos que en 1982 ella había preparado para esos jóvenes salteños que, sin medallas ni discursos, esperaban instrucciones en la retaguardia del conflicto. Nunca los recibieron. El envío se perdió en medio del desorden de una guerra que también los olvidó. Esta vez sí llegaron. Tarde, pero llegaron.

Y fue entonces cuando el tiempo se quebró. El silencio, espeso y denso, envolvió la escena. Las manos endurecidas por la intemperie y los años temblaron al tomar esos envoltorios. No eran dulces... eran memoria. Eran la caricia que nunca llegó, el reconocimiento postergado, el consuelo negado durante cuatro décadas.

Los hombres, ya canosos, con la mirada cargada de años y cicatrices, sostuvieron esos pequeños paquetes con la delicadeza de quien sostiene una parte de sí que creía perdida para siempre. En ese instante, abrazaron no solo un gesto, sino también a aquellos muchachos de 18 años que fueron enviados al frente sin explicaciones, sin abrigo y sin regreso digno. Y aunque el Estado aún les da la espalda, por unos minutos, el alma se les humedeció con el sabor amargo y real de aquello que debieron recibir cuando aún eran jóvenes… y no lo supieron.

Profe Norma

En la provincia del Chaco, los veteranos continentales ya fueron reconocidos oficialmente. En Salta, aún esperan. No piden homenajes ni desfiles. Piden dignidad. Piden que se les reconozca lo que vivieron y lo que aportaron a la defensa del país. Solo eso.

Hugo Vázquez, uno de los veteranos presentes, recordó el libro “Los chicos de la guerra”. Les llegó un ejemplar después del conflicto. “Así nos decían, los chicos”, recordó. Y lo eran. Apenas adolescentes enviados a una guerra, obligados a sobrevivir sin ser escuchados.

Lo que conmueve no es solo el abandono, sino la perseverancia. A cuatro meses de instalado el acampe, ni una sola vez fueron recibidos por el gobernador Gustavo Sáenz. Apenas los separa una calle, pero los divide un abismo de indiferencia. Pasó el 2 de abril y, como cada año, se multiplicaron las palabras, los discursos, los recordatorios. Pero para ellos, todo quedó en eso: palabras. Vacías. Frías. Lejanas.

Los héroes silenciados siguen ahí. Firmes. No sostienen la bandera para un acto protocolar... la usan como techo, como abrigo, como último símbolo de pertenencia. Están de pie bajo ella, no por homenaje, sino por necesidad.

Son hombres sencillos. Humildes. Orgullosamente argentinos. Y merecen algo más que indiferencia: merecen ser vistos.

Los soldados continentales de Salta no piden limosna. Reclaman justicia. Lo hacen con dignidad, con la misma con la que soportaron el frío, el miedo y el abandono. Y aunque el Estado les cierre las puertas, la historia—que siempre llega, aunque a veces tarde—sabrá ponerlos en el lugar que merecen. El que se ganaron. El que nunca debió negárseles.

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