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Adjudicaron 40 viviendas en Apolinario Saravia. Fue por sorteo público, una decisión política que devuelve confianza en un tiempo en que la desconfianza parece haberse vuelto costumbre. EDITORIAL: José Alberto Coria
Opinión05/11/2025
José Alberto Coria
Hay momentos en que la noticia se vuelve emoción pura. El sorteo de las 40 viviendas en Apolinario Saravia fue uno de ellos. Lágrimas, abrazos, gritos contenidos. Padres que estrechaban a sus hijos como si acabaran de ganar una batalla. Madres que no podían hablar, que apenas podían levantar la mirada entre el llanto y la incredulidad. Porque una casa no es solo una llave ni una dirección en el mapa. Es el principio de todo. El lugar donde una familia deja de ser inquilina de la incertidumbre para convertirse en dueña de su destino.


En el Centro Cultural Municipal se vivieron escenas que quedarán en la memoria colectiva de Saravia. Ciento ochenta y una familias esperaban su turno, y solo cuarenta escucharon su nombre. Detrás de cada número del bolillero había años de sacrificio, esperanzas acumuladas, noches de alquiler, piezas prestadas y promesas que parecían no llegar nunca.
El azar —por primera vez, limpio y público— marcó los destinos. Nada de listas cerradas, nada de acomodos. El sorteo fue transparente, transmitido en vivo por la página oficial de la Municipalidad, frente a todos, con escribano y funcionarios presentes. Una decisión política que devuelve confianza en un tiempo en que la desconfianza parece haberse vuelto costumbre.
Pero detrás de cada lágrima de alegría hubo también lágrimas de tristeza. Parejas que se tomaban de la mano hasta último momento, haciendo fuerza para escuchar su número y que, al final, se abrazaron igual… pero en silencio. Porque también en ellos se vio reflejado algo que no debe perderse de vista: el sueño de una vivienda sigue siendo una deuda enorme en la Argentina profunda.
Estas 40 viviendas se concretaron porque hubo gestión, decisión y presencia del Estado provincial, que reactivó con fondos propios lo que Nación había dejado a mitad de camino. Porque en medio de la parálisis, alguien decidió no rendirse. El gobernador Gustavo Sáenz apostó a no detener las obras, y el intendente Marcelo Moisés acompañó con trabajo territorial, control y coordinación. Así se levantó —o mejor dicho, se completó— un barrio que no solo tiene paredes y techos, sino historias de vida dentro.
La emoción del sorteo fue la muestra más clara de lo que significa la intervención del Estado cuando se hace cargo de su responsabilidad. Porque sin esa decisión política, esas casas seguirían siendo estructuras vacías, metáforas del abandono.
Y ahora, cuando el financiamiento sigue ausente y los recortes amenazan con frenar los sueños de miles de familias, la pregunta vuelve a resonar con fuerza: ¿Quién va a sostener la esperanza si el Estado se retira?
En Apolinario Saravia, al menos por un día, esa respuesta fue clara. El Estado estuvo. La gente lo vio. Y lo celebró con lágrimas verdaderas. Porque cuando la gestión se vuelve humana, cuando una política pública se traduce en abrazos, no hay discurso que valga más que eso.



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