A ocho años del ARA San Juan, la Argentina vuelve a mirar su herida abierta

Ocho años después de la desaparición del ARA San Juan, el país vuelve a enfrentar el peso de una tragedia que marcó a fuego a la Argentina. El recuerdo de los 44 tripulantes, el deber cumplido y el dolor de sus familias siguen presentes, como una herida que todavía no cierra.

Argentina17/11/2025Por Expresión del SurPor Expresión del Sur
ara san juan

Ocho años después, el nombre “ARA San Juan” sigue pesando como una losa sobre la memoria nacional. No es solo un submarino perdido; es un capítulo doloroso de la historia reciente, un recuerdo de cómo un país entero quedó detenido frente al silencio de 44 argentinos que cumplían con su deber.

El 15 de noviembre de 2017, la palabra “desaparición” volvió a instalarse en la Argentina, pero esta vez no por cuestiones políticas ni por viejas heridas; era la desaparición de una nave de la Armada, de una tripulación que navegaba al servicio de la Patria. El silencio del ARA San Juan se sintió de inmediato como una alarma nacional. A las pocas horas, las dudas se transformaron en ansiedad, y la ansiedad en miedo.

Lo que siguió fue un país entero pegado a las radios, a los canales, a los partes oficiales, esperando una señal, una coordenada, una mínima certeza que devolviera algo de aire. En cada hogar se vivió lo mismo; la mezcla insoportable de angustia y esperanza. Las familias de los tripulantes se aferraban a cualquier dato, por mínimo que fuera, mientras pasaban las horas sin noticias. Las guardias frente a las bases navales, las madrugadas sin dormir, los rostros devastados, los silencios largos; todo eso quedó grabado en la retina de millones de argentinos.

La Patria entera siguió de cerca esa búsqueda. No importaba la bandera política, ni la región, ni la ideología. Por varios días, la Nación estuvo unida en una sola pregunta: “¿Dónde están?”... La pregunta más simple y más dolorosa.

Los partes se sucedían, confusos, contradictorios, insuficientes. Hubo momentos en que se creyó que estaban con vida. Hubo otros en que la realidad golpeó más fuerte. Mientras avanzaban las horas, cada anuncio se recibía con el corazón en la boca. La Patria esperaba. La Patria sufría.

Y después llegó lo inevitable: la confirmación del peor final. El ARA San Juan había implosionado. Ninguno de los 44 volvería. La noticia cayó como un mazazo. El país entero quedó en silencio.

Ahí comenzó otra historia, la que todavía sigue abierta; la de las responsabilidades, las fallas técnicas, los informes que no convencieron a las familias, los reclamos que nunca cesaron, las marchas, las promesas incumplidas, las búsquedas privadas, el hallazgo a destiempo. El dolor se transformó en bronca. La bronca en lucha. Y la lucha en un testimonio permanente de amor y de dignidad por parte de quienes siguen pidiendo verdad.

Los 44 tripulantes del ARA San Juan no fueron víctimas anónimas. Fueron hombres y mujeres formados para servir, profesionales que sabían lo que significaba navegar para la defensa del país. Cumplieron su deber hasta el último instante, sin estridencias, sin discursos, sin cámaras. Sirvieron a la Patria con una convicción que hoy, ocho años después, sigue conmoviendo.

La Argentina aún les debe algo. Les debe la verdad completa. Les debe justicia. Les debe memoria sin titubeos.

A ocho años, la herida no cierra. No debe cerrar. Cada aniversario devuelve la imagen de aquellas jornadas interminables, de los familiares abrazados a una reja, de los argentinos esperando un milagro que nunca llegó.

Recordar al ARA San Juan es, también, recordar quiénes somos como país cuando la tragedia nos golpea; un pueblo que acompaña, que se angustia, que reclama, que no se resigna. Un pueblo que no olvida.

Los 44 siguen siendo parte viva de la Patria. Y mientras no haya verdad plena, esta historia seguirá latiendo donde más duele.

 

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