Con el anuncio del retiro del intendente Aguirre, un Concejo con mayoría opositora y dirigentes provinciales que ya mueven fichas, Joaquín V. González ingresa en una etapa de transición donde el poder se reparte y el futuro se empieza a disputar.
14/12/2025
José Alberto Coria
Con un intendente que anuncia su retiro, un Concejo en manos opositoras y actores provinciales que se mueven fuera del radar institucional, la política local entró en una etapa de transición donde nadie gobierna solo y todos juegan el futuro.
La frase no fue casual ni liviana. Cuando el intendente Juan Domingo Aguirre dijo “ya me jubilo” el 10 de diciembre, ante cámaras, no estaba hablando solo de una decisión personal. Estaba marcando el final de un ciclo político extenso, construido a lo largo de más de media vida dedicada al servicio público y a la conducción del municipio.
Aguirre no es un intendente circunstancial. Es un dirigente que atravesó etapas, crisis y transformaciones de Joaquín V. González, y que deja una huella imposible de analizar sin reconocer su peso histórico. Hoy, con dos años de mandato por delante, comienza a transitar una etapa distinta: la de administrar el cierre de una gestión que ya forma parte de la historia política local.
Y cuando un intendente de ese recorrido anuncia que no volverá a competir, el poder inevitablemente empieza a reordenarse.
El nuevo escenario institucional lo confirma. El oficialismo quedó reducido a dos concejales sobre nueve, mientras que la presidencia del Concejo Deliberante quedó en manos de la oposición, con Sebastián Pérez al frente. No se trata de una oposición monolítica, sino de un armado amplio, transversal, que incluso incluyó el acompañamiento de ediles oficialistas.
Ese dato no es menor: el poder ya no se ejerce desde una mayoría automática, sino desde acuerdos tácticos. Pérez lo entendió rápido y construyó un discurso lejos de la confrontación: control al Ejecutivo, respeto por las normas y articulación con todas las instituciones. No ganó un trofeo político; asumió una responsabilidad mayor.
En este contexto, el Concejo deja de ser una escribanía y se convierte en un actor central del gobierno local.
En paralelo, Juan Pablo Cuellar aparece como el dirigente que mejor leyó el desgaste del ciclo actual. Su recorrido -de un concejal solo en 2017 a cuatro bancas propias y una diputación provincial- no es producto del azar, sino de una estrategia clara: identidad definida, coherencia opositora y trabajo territorial sostenido.
Cuellar no se mimetizó con el poder ni buscó atajos. Hoy su espacio es la primera minoría, marca agenda y condiciona decisiones. No gobierna, pero influye. Y en un escenario de transición, influir es una forma concreta de poder.
Sin embargo, la lectura estaría incompleta si se mira solo el Ejecutivo y el Concejo. Hay dos figuras de peso que hoy no ocupan cargos municipales, pero que juegan fuerte en el tablero local: la senadora Alejandra Navarro y el diputado Gerardo Orellana.
Ambos comparten proyecto político, trabajan en tándem y tienen algo que hoy escasea en González: estructura provincial, visibilidad y proyección electoral. No están atados a la gestión diaria ni al desgaste institucional del municipio. Eso, en tiempos de recambio, es una ventaja.
Navarro y Orellana representan un espacio que observa, mide y espera. No disputan el presente, pero claramente juegan por el futuro, con la intendencia como horizonte posible. En un escenario donde el poder se fragmenta, los actores externos suelen convertirse en alternativas viables.
González no está ante un vacío de poder, sino ante una reconfiguración. Un intendente que administra el cierre, una oposición que dejó de ser testimonial, un Concejo con peso propio y dirigentes provinciales que empiezan a tallar en la discusión local.
La política ya no gira alrededor de una sola figura. Se volvió coral. Y cuando eso ocurre, la pregunta deja de ser quién gobierna hoy, para pasar a ser quién está mejor posicionado para conducir lo que viene.
González ya empezó a discutir el después. Y esa discusión recién comienza.
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