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Científicos y psicólogos coinciden en que muchas malas decisiones no son simples impulsos, sino respuestas del cerebro ante el aburrimiento y la necesidad de estímulos nuevos.
Opinión30/10/2025
Por Expresión del Sur
En la vida cotidiana, todos tomamos decisiones que, con el paso del tiempo, quisiéramos haber evitado. No siempre se trata de falta de información o de voluntad; en muchos casos, las neurociencias y la psicología cognitiva explican que el error responde a mecanismos naturales del cerebro, diseñados para mantenernos activos ante la monotonía.


Diversos estudios realizados en los últimos años por universidades europeas y estadounidenses coinciden en un punto; el aburrimiento no es una emoción menor, sino una señal biológica de alerta que impulsa al individuo a buscar estímulos nuevos, aun cuando estos puedan derivar en decisiones contraproducentes. El cerebro, en su afán por escapar de la repetición, tiende a preferir lo desconocido antes que lo estable, y esa inclinación se traduce muchas veces en conductas impulsivas.
Una investigación publicada en la revista Emotion en 2019 comprobó que, ante la falta de estímulo, los participantes de un experimento eligieron realizar actividades desagradables antes que permanecer inactivos. Desde la perspectiva científica, este comportamiento revela que el cerebro interpreta la inactividad como una amenaza a su equilibrio y responde con acciones destinadas a recuperar la sensación de movimiento, aun a costa de equivocarse.
El psicólogo cognitivo Sandi Mann, especialista en emociones y autor de The Upside of Downtime, sostiene que el aburrimiento puede ser un motor de creatividad o un detonante de malas decisiones, según la flexibilidad mental de cada persona. Quienes logran analizar esa incomodidad como una oportunidad, canalizan la energía hacia actividades constructivas; quienes no, buscan alivio inmediato en experiencias que sólo proporcionan una falsa sensación de cambio.
La vida moderna, atravesada por la conectividad permanente, refuerza ese patrón. La disponibilidad constante de estímulos —redes sociales, notificaciones, consumo instantáneo— reduce los espacios de pausa y reflexión, y genera un estado de saturación atencional que confunde novedad con satisfacción. Así, las malas decisiones no son únicamente un acto de impulso, sino también una respuesta adaptativa a un entorno que exige movimiento constante.
La psicología actual plantea que aprender a tolerar el aburrimiento es esencial para tomar decisiones más equilibradas. No se trata de eliminar la inquietud, sino de reconocerla y permitir que el pensamiento divague antes de actuar. Ese intervalo, que en apariencia es improductivo, favorece la incubación creativa y la toma de conciencia sobre los propios deseos y motivaciones.
Desde esta mirada, las malas decisiones no siempre son un reflejo de debilidad o de falta de criterio, sino parte de un mecanismo evolutivo que busca mantenernos activos frente a la quietud. El desafío está en convertir esa energía en reflexión antes que en impulso, y comprender que no toda acción inmediata significa avance.
En definitiva, la ciencia demuestra que equivocarse es una función natural del cerebro humano, y que sólo mediante la comprensión de ese proceso puede lograrse un equilibrio entre instinto y razonamiento. En tiempos en que la prisa domina las conductas, detenerse a pensar puede ser, paradójicamente, la mejor decisión.



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