Diciembre, el mes más sensible con nuevos aumentos y más presión al bolsillo

Diciembre deja de ser simplemente “el último mes del año” y se convierte en un síntoma. Es el espejo de un país donde la recuperación todavía no asoma, donde cada ajuste recae sobre quienes menos margen tienen y donde la palabra “reinvención” ya suena gastada, porque no se puede reinventar lo que no llega a fin de mes.

Opinión01/12/2025José Alberto CoriaJosé Alberto Coria
dicembre

Diciembre siempre fue, para los argentinos, un mes sensible. El cierre del año trae balances, promesas y cierto cansancio social acumulado. Pero este diciembre no se parece a otros. Llega bajo una tormenta perfecta: aumentos generalizados, caída del consumo, pérdida de empleos y el avance de importaciones que golpea de lleno a la industria nacional. Es un mes que expone, sin anestesia, lo que ya se siente en la calle desde hace rato: la crisis dejó de ser un pronóstico y se convirtió en una realidad palpable.

Mientras las familias se preparan para afrontar nuevas subas en prepagas, transportes, luz, gas y alquileres, los números duros muestran el otro lado del drama: cientos de empresas que cierran o reducen producción, fábricas que frenan líneas enteras y miles de trabajadores que, de un día para otro, quedan afuera del mercado formal. La apertura de las importaciones —celebrada por algunos sectores concentrados— terminó de empujar a muchos negocios hacia el abismo. Y el Estado, con una economía paralizada, se limita a administrar daños.

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La paradoja es brutal: los precios suben mientras los ingresos bajan o directamente desaparecen. El salario real continúa perdiendo terreno, la informalidad crece, y las changas ya no alcanzan para cubrir lo básico. El ciudadano común se encuentra atrapado entre dos paredes que se acercan: la presión cotidiana del bolsillo y un mercado laboral que se achica.

En este contexto, diciembre deja de ser simplemente “el último mes del año” y se convierte en un síntoma. Es el espejo de un país donde la recuperación todavía no asoma, donde cada ajuste recae sobre quienes menos margen tienen y donde la palabra “reinvención” ya suena gastada, porque no se puede reinventar lo que no llega a fin de mes.

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La región sur de Salta lo sabe bien. Aquí el impacto se multiplica: empresas pequeñas que dependen del mercado interno, comercios que viven del día a día, productores que pelean contra costos dolarizados y un consumo local que se achica semana a semana. Lo que pasa en Buenos Aires repercute amplificado en el interior profundo. Y en departamentos como Metán, Rosario de la Frontera o La Candelaria, cada despido no es una estadística: es una familia que retrocede varios casilleros.

La política, en este escenario, aparece atrapada entre discursos de ajuste inevitable y la presión creciente de una sociedad que no soporta más cinturones apretados. El desafío -si todavía queda margen para hablar de desafíos- es evitar que la crisis se transforme en desánimo permanente. Porque un país que naturaliza el deterioro va perdiendo, sin darse cuenta, su capacidad de futuro.

Diciembre expone una foto dura, sí. Pero sobre todo obliga a una discusión seria: ¿qué tipo de economía queremos? ¿Una que dependa de productos importados mientras se achica el empleo local? ¿O una que apueste de verdad a la producción y al trabajo como motores del desarrollo?

Las respuestas no serán inmediatas. Pero es urgente empezar a buscarlas, porque lo que está en juego no es solo el cierre de un año complicado, sino el inicio de otro que no puede repetirse con la misma receta.

Este diciembre no trae únicamente aumentos: trae una advertencia. Y quizá sea momento de escucharla.

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