Frontera barata: ¿qué estamos destruyendo cuando buscamos “precio”?

Editorial | No es culpa del consumidor. Nadie que gana un sueldo argentino en un país carísimo puede darse el lujo de pagar de más. La gente cruza la frontera porque necesita vivir, no porque quiera lastimar a nadie. Pero esa es exactamente la trampa: la economía argentina empuja a sus ciudadanos a tomar decisiones que, en masa, terminan debilitando las mismas ciudades donde viven.

Opinión02/12/2025José Alberto CoriaJosé Alberto Coria
Bagayero

La escena ya forma parte del paisaje cotidiano en el norte argentino: autos cargados rumbo a Bolivia y Paraguay, valijas llenas, filas interminables, los grupos de WhatsApp que recomiendan qué comprar, dónde, cuánto sale. Aire acondicionado, ropa, alimentos, perfumería. Todo más barato, a veces la mitad, a veces un tercio. Todo en cuotas. Todo con pesos. Todo fácil.

Y mientras tanto, del lado argentino, persianas bajas. Locales vacíos. Comerciantes que ya no hablan de “crisis”, sino de “terapia intensiva”. Trabajadores que no saben si en enero seguirán teniendo empleo. La postal de la frontera es siempre doble: del otro lado, prosperidad; de este, cierre y angustia.

Vale preguntarnos sin rodeos: ¿Estamos cuidando el bolsillo… o estamos destruyendo nuestra propia economía?

dicembreDiciembre, el mes más sensible con nuevos aumentos y más presión al bolsillo

Porque la verdad es incómoda pero evidente: cada vez que “aprovechamos” la diferencia de precios, hay un negocio local que pierde una venta; y cuando pierde muchas, cierra. Y cuando cierra, un empleado pierde su trabajo. Y cuando eso se repite, una ciudad empieza a apagarse.

No es culpa del consumidor. Nadie que gana un sueldo argentino en un país carísimo puede darse el lujo de pagar de más. La gente cruza la frontera porque necesita vivir, no porque quiera lastimar a nadie. Pero esa es exactamente la trampa: la economía argentina empuja a sus ciudadanos a tomar decisiones que, en masa, terminan debilitando las mismas ciudades donde viven.

En Orán, según la Cámara de Comercio, ya se perdieron 40 negocios. En Formosa, 100 socios menos en la entidad —es decir, 100 comercios que bajaron la persiana. Las ventas caen 70%. El contrabando crece por diez. Las marcas locales ya no pueden competir ni en precio, ni en cuotas, ni en condiciones.

Mientras del otro lado ofrecen:

  • A/A a $300.000 cuando en Argentina vale $700.000.
  • Un TV de 85” a $1.250.000, que acá supera los dos millones.
  • Un kilo de carne a menos de la mitad.
  • Ropa a precios de feria mayorista.
  • Todo pagado con pesos argentinos, billeteras virtuales y cuotas sin interés.

¿Cómo compite un comercio salteño, formoseño o jujeño contra eso? La respuesta es simple: no puede.

Y así entramos en una lógica de supervivencia que se come a sí misma. Compramos más barato, sí. Pero al hacerlo, debilitamos la economía local. Lo que hoy ahorramos en un televisor, lo perdemos mañana en trabajo, en actividad, en movimiento económico, en futuro.

Esto no se resuelve culpando al que cruza la frontera—se resuelve con políticas claras, controles reales y un sistema que no castigue a quien quiere trabajar en su propio país.

Los comerciantes piden medidas que en muchos lugares del mundo ya existen: devolución del IVA al turista, régimen diferencial para fronteras, y un combate serio al contrabando. No es un reclamo corporativo: es un pedido para evitar que ciudades enteras desaparezcan comercialmente.

Mientras eso no ocurra, la historia seguirá siendo la misma: Bolivia vende. Paraguay vende. Argentina mira cómo se vacían sus veredas.

Y quizás, como sociedad, deberíamos empezar a hacernos esta pregunta incómoda:
¿Qué país queremos construir si cada día fortalecemos la economía de los demás, pero dejamos caer la nuestra?

No hay editorial más honesto que este: si la frontera es el shopping argentino, la crisis deja de ser coyuntural y pasa a ser estructural.

Y una economía que pierde comercio… termina perdiendo mucho más que precios: pierde futuro.

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