
Como todos los años, septiembre no solo traerá flores y música, sino también esta conversación que incomoda a algunos, entusiasma a otros y nos interpela a todos.
En vísperas del cierre de listas, la posible detención de Cristina Kirchner vuelve a poner a la Justicia en el centro de la escena política. No se trata de nombres, sino de la salud institucional del país.
Opinión09/06/2025No importa si sos kirchnerista, libertario o simplemente descreído. Hay algo que debería importarnos a todos: la seguridad jurídica. Esa garantía básica de que las reglas son claras, parejas y predecibles, que ningún juez se mueve por presión política y que nadie, por más poder que tenga o haya tenido, está por encima o por debajo de la ley. Lo que se juega esta semana con el caso Cristina Kirchner excede cualquier camiseta partidaria. Lo que está en riesgo es la salud institucional del país.
Justo ahora, en vísperas del cierre de listas para las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires -que marcan el inicio del calendario nacional-, la posibilidad de un fallo de la Corte Suprema que deje firme una condena que inhabilite a la ex presidenta genera un sacudón político de alto voltaje. No solo por sus implicancias electorales, sino por el mensaje que transmite sobre el uso del sistema judicial como herramienta de poder.
Aclaremos algo fundamental: esto no es una defensa de Cristina Kirchner. Es una advertencia frente a una práctica nociva que viene desde hace años y atraviesa gobiernos de distinto signo: la utilización de los tribunales como extensión del juego político. Hoy le puede tocar a una figura del peronismo, mañana a cualquiera.
Lo más grave no es el fallo en sí –que puede o no corresponder según los argumentos jurídicos, que merecen ser discutidos con seriedad– sino la percepción generalizada de que esta decisión tiene un calendario político más que judicial. Que responde a un momento, a una oportunidad, a un cálculo. Que se mueve como ficha en un tablero electoral. Esa sensación, compartida incluso por jueces y dirigentes de distintos espacios, es lo que lastima la confianza en las instituciones.
Y es ahí donde está el verdadero problema.
Porque no hay programa de gobierno que valga si no hay reglas de juego claras. Podés tener un plan económico brillante o una reforma educativa transformadora, pero si la Justicia opera como instrumento de la coyuntura, como espada que baja cuando conviene o se guarda cuando incomoda, todo se vuelve frágil, todo se vuelve dudoso. ¿Cómo construir futuro si la Justicia mira encuestas?
Ya ocurrió en otros países: en Brasil, a Lula lo metieron preso, y años después volvió al poder. En Argentina, la historia parece repetir sus trampas. Cuando la política empuja sentencias y los tribunales actúan como actores más que como árbitros, la democracia se debilita. Y no porque alguien quede impune, sino porque la sociedad deja de creer en el sistema.
La grieta argentina se ha vuelto tan profunda que ya ni siquiera se debate el fondo de las causas, sino las intenciones. Todo se interpreta en clave de persecución o de impunidad, de venganza o de resistencia. Y así no se puede. Así no hay futuro posible.
La Justicia debería ser el poder más serio, más sobrio, más impermeable a las pasiones del día. Pero si el timing de sus fallos sigue marcando la agenda política, lo que se erosiona no es solo la figura de una dirigente, ni la de la Corte, sino la confianza de los ciudadanos en la República.
La semana que comienza puede marcar un antes y un después. No solo en la carrera de Cristina Kirchner, sino en la forma en que decidimos convivir como sociedad. O apostamos por una cultura política donde la Justicia no sea campo de batalla, o seguimos condenados a vivir entre sospechas, broncas y manipulaciones.
Sin justicia independiente no hay país serio. Y sin país serio, todo lo demás es relato.
Por José Alberto Coria
Como todos los años, septiembre no solo traerá flores y música, sino también esta conversación que incomoda a algunos, entusiasma a otros y nos interpela a todos.
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