
Editorial escrita por Nowhereman, un testimonio personal y colectivo sobre las rutas de fe que cada año recorren los peregrinos del Milagro en Salta.
El desarrollo espontáneo genera trabajo, dinamiza una economía castigada y refleja, en definitiva, cómo la gente busca salir adelante como puede. Sin embargo convive con otro lado más crudo: el del riesgo vial.
Opinión04/08/2025Lo que comenzó hace más de una década con un carro de comidas improvisado al costado del camino, hoy se convirtió en un punto de referencia comercial al sur de Salta. El cruce de las rutas nacionales 34 y 16, dentro del departamento Metán, es testigo de un fenómeno creciente que mezcla necesidad, ingenio popular y, también, una alarmante falta de intervención estatal.
Allí, donde antes solo había banquinas, ahora hay puestos gastronómicos, kioscos, venta de artículos regionales, una gomería y más estructuras en construcción. El desarrollo espontáneo genera trabajo, dinamiza una economía castigada y refleja, en definitiva, cómo la gente busca salir adelante como puede, sin esperar demasiado de quienes deberían garantizar un mínimo de previsibilidad.
Pero este avance, valorable desde el costado humano, convive con otro lado más crudo: el del riesgo vial. Porque la falta de ordenamiento en una zona donde confluyen dos rutas nacionales no solo es una señal de abandono, sino una amenaza concreta. La visibilidad para quienes transitan desde la ruta 16 hacia la 34 es prácticamente nula. Los camiones estacionados sobre las banquinas, las construcciones pegadas a la ruta, la gente cruzando caminando entre vehículos pesados… todo esto configura un escenario propicio para la tragedia.
Ante este panorama, surgen preguntas que nadie parece dispuesto a responder. ¿Cuál es el rol de Seguridad Vial en estos casos? ¿Es suficiente con instalarse con frecuencia para controlar documentación y aplicar multas? ¿O deberían también tomar parte en la prevención real, esa que empieza mucho antes de que un conductor cometa una infracción?
Es llamativo que en uno de los puntos donde más presencia policial suele haber, el problema de fondo no haya sido atendido. Se trata de un lugar en el que todos los días hay operativos de control vehicular, y sin embargo, las condiciones que ponen en peligro la vida de las personas siguen intactas. Algo no cierra.
Las rutas nacionales son jurisdicción de organismos como Vialidad Nacional, pero el territorio en cuestión está, según distintas voces, dentro del ejido municipal de Río Piedras. Lo cierto es que esa discusión –más legal que operativa– ha servido de excusa para que nadie intervenga. Y mientras las responsabilidades se diluyen entre oficinas, el lugar sigue creciendo, sin planificación ni garantías mínimas para quienes trabajan y transitan allí.
Lo que la comunidad expresó masivamente a través de sus comentarios no es una crítica a los emprendedores, sino un grito de alerta a quienes tienen el deber de garantizar seguridad, higiene, visibilidad y orden. Es el Estado el que debe dar respuestas, coordinar acciones entre Nación, Provincia y Municipio, y hacer algo más que mirar desde el costado.
No se trata de desalojar ni de frenar a los emprendedores. Al contrario: su esfuerzo debe ser valorado. Pero es el Estado el que debe garantizar un desarrollo ordenado, para que nadie quede a la deriva, para que lo que hoy parece una oportunidad no se transforme mañana en un conflicto.
La solución no está en correr a nadie, sino en estar a la altura: acompañar, regular y proyectar con una mirada inclusiva pero responsable.
El cruce de las rutas 34 y 16 es hoy un reflejo brutal de lo que pasa cuando se permite que la necesidad sustituya al control. Y mientras no se actúe con decisión, cada día que pasa es una ruleta en la que, tarde o temprano, alguien podría pagar con su vida.
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